Todo a través de una pantalla
Para iniciar este artículo, y poner de manifiesto la temática a desarrollar en él, decidí citar un fragmento de una serie de origen catalán, llamada “Merlí”. Para aquellos que no la conocen, se trata de un profesor de filosofía, cuyo nombre es Merlí Bergeron, que estimula a sus alumnos a pensar libremente, a reflexionar, mediante métodos poco ortodoxos y que terminan causando conflictos con su clase, con los directivos de la institución y con las familias. En uno de los episodios, hace referencia a un filósofo llamado Guy Debord, y explica su pensamiento de la siguiente manera:
“…Según él (Guy Debord), el nuestro es un modelo de sociedad que convirtió la vida de la gente en un espectáculo. Para este pensador, que no conocía las redes sociales, vivimos en una especie de pantalla global donde todo el mundo quiere ser visible a cualquier precio. Dicho de otra manera: si no te muestras, no existes. Por tanto, sólo cuenta lo que proyectamos de nosotros mismos en una imagen. ¿Qué opinan? ¿Creen que si no subimos imágenes nuestras a la red no existimos?...”
“…Sí, claro. Por no hablar de los que van a un concierto y, en vez de verlo, lo graban. Dejen de mirar la vida a través de una cámara y disfrútenla con los ojos y todos los demás sentidos…”
“…Según Guy Debord, el hombre se convierte en espectador de sí mismo cuando se ve reflejado en cualquier pantalla. Pero también se convierte en un ser pasivo, incapaz de tomar decisiones, incapaz de vivir su propia vida. Porque en lugar de vivir las cosas, consumimos ilusiones de las cosas.”
Como verán, el valioso contenido que queda explícito en las palabras del profesor, marca una realidad, y muy grave, que comprende a la mayor parte de la sociedad actual. Es que es cierto, por un lado; esta cuestión de mostrar al resto lo que hago, la ropa que visto, de qué marca, a dónde voy, con quién voy, qué compro, qué elijo de comer, de tomar, y un sinfín de información que se puede brindar mediante la publicación de este tipo de contenidos en una red social; es una actitud totalmente egocéntrica y narcisista que debería resultarnos vergonzosa. ¿Por qué hoy en día sos más importante si te mostrás? ¿Por qué pasas a ser un sumiso, un desconocido, alguien fuera del plano, si no te das a conocer? ¿No es más sabio elegir quién debe conocer lo que hago y lo que no, y transmitirlo en persona, donde se ponen en juego cuestiones como los sentimientos y las emociones?
Las redes sociales, y el deseo de siempre tener algo mejor que el otro, nos llevaron a este comportamiento. Porque seamos sinceros, nadie sube un material que nos pueda perjudicar siempre que hablamos de un público masivo, sino todo lo contrario. Siempre mostramos la parte buena, buscamos la felicitación, el elogio, e incluso la envidia del espectador. Pero son muy pocos, los que realmente tienen el valor de usar una red social para aceptar una crítica, para mostrar algo que lo tiene cualquiera y no es único. Nunca subimos una foto en la que consideramos que no salimos favorecidos, nos enojamos cuando nos etiquetan en una imagen que no nos gusta la manera en que nos vemos, y siempre seleccionamos la que mejor nos resulta para publicar. Ahora bien, si tenemos cierto criterio para definir por qué no compartir ciertos elementos de mi privacidad en Facebook, Twitter, o cualquier otro tipo de red social, ¿Por qué sí lo hacemos con lo que, a criterio general, nos deja bien posicionados, en busca de crear una imagen positiva pero totalmente falsa de nosotros, de manera que adoptamos una postura totalmente ególatra de la que no somos conscientes?
Pero esto no es todo. Hay algo aún mucho peor. Se trata del descuido y la falta de respeto por uno mismo y su intimidad. Son tantas las veces que hemos visto en los distintos medios de comunicación masiva, como la prensa hace un espectáculo de una situación poco agradable, en los casos de viralizaciones o filtraciones de material con contenido sexual, o de una índole similar, en la que uno o más famosos intervienen. En nuestro país podemos hacer mención de decenas de este tipo de casos, en los cuales, la imagen de determinada personalidad ha sido expuesta al público sin su consentimiento, y nosotros somos quienes la consumimos sin ningún tipo de análisis racional o ético.
Es que claro, cuando el asunto pasa por manos ajenas, está todo bien y no nos afecta, pero la realidad, es que este tema nos toca y muy de cerca. ¿Cuántos de nosotros tenemos un conocido, un amigo, alguien que sabemos que tiene cierto material, que expone su intimidad o la de otra persona? ¿Cuántos de nosotros conocemos a alguien que seguramente esté o haya estado dolido, porque el mundo ahora conoce algo que no debía, algo que expone el pudor de la víctima y lo llena de uno de los sentimientos más humanos que es la vergüenza? ¿Cuántos de nosotros somos conscientes, o sabemos, lo que nuestros hijos suben a las redes sociales y comparten con otros?
Pasa en la escuela, pasa en el trabajo, puede pasar en tu familia, pasa en muchos lados. Y sobre todo en los jóvenes, que quizás por ignorancia o dejarnos manipular, cometemos el error de exponernos por demás. Lo importante, es ser responsable de a quién y qué cosas elegimos para enviárselas a alguien, o para publicar al resto de los usuarios de Internet. Hay que ser absolutamente rigurosos y manejarse con mucha cautela.
Pero hay algo más también en todo esto, que es la pérdida del contacto humano con la vida. Hoy desde mi Smartphone, desde mi computadora, puedo hablar con quien quiera, desde donde quiera, y cuando quiera. Puedo comprar y vender. Puedo buscar información. Puedo ver una película cuando lo desee, puedo ver series, puedo hacer múltiples cosas, que es cierto, son absolutamente cómodas y está bueno que nos brinden un tiempo de ocio y nos faciliten ciertas cuestiones, que antes eran imposibles de resolver, o tal vez requerían de más tiempo para concretarse. Pero no debe ocupar otra función más que esa. Nos transformamos en seres pasivos, que antes de organizar un encuentro e intercambiar palabras en persona, preferimos pasar horas chateando, o en vez de acercarnos a una persona que nos atrae y decirle lo que sentimos, conseguimos el número por algún lado y le mandamos un mensaje, o preferimos jugar online con la playstation, en lugar de quedarnos horas y horas merodeando en una plaza, o viviendo alguna otra experiencia del mundo exterior. Nos estamos convirtiendo en presos de la tecnología. Nos encerramos en una pantalla mientras que el tiempo pasa y pasa, y no nos damos cuenta.
Por eso es momento de parar de crear identidades falsas. Parar de consumir ilusiones. La vida está afuera. Los sentimientos y las emociones vienen de uno, de experimentar uno mismo, de ser uno mismo. Dejemos de ser esclavos de nuestra tecnología. No nos transformemos en seres pasivos, que con internet, un celular o computadora, y un sillón somos más que felices. Dejemos de mostrar lo que hacemos, y empecemos a vivir más con nuestros ojos, con nuestros sentidos, que de esa manera vale la pena vivir, y vamos a aprender muchas más cosas de la vida. Así el día de mañana, vamos a estar tan repletos de vivencias para contar y recordar, que sin duda nos van a dejar una gran satisfacción por todo lo vivido, y con ellas, una enorme cantidad de sonrisas.